La procesión de los sikuris

publicado por Omar
autor: Julián
Varsavsky para Página/12

Cada Lunes Santo parte desde Tilcara una
peregrinación que se interna tres días en la montaña. Son 60 bandas de
sikuris con dos mil músicos y seis mil peregrinos que suben 23
kilómetros hasta el santuario del Abra de Punta Corral, a 3890 metros de
altura. El antropólogo Axel Nielsen participó de la celebración y lanza
algunas hipótesis sobre qué hay detrás de ella, qué significa ser
aborigen hoy, cuál es el papel actual de la Iglesia.

–En
la procesión de Punta Corral observé kollas “rubios” con flequillo emo y
anteojos a lo CQC, sikus fabricados con caños de PVC, zapatillas Nike y
ushutas modelo inca, ponchos de todo tipo y camperas Patagonia,
bufandas palestinas y aguayos con la guagüita colgando en la espalda,
chulos peruanos, etc

–Sí, a mucha gente la causa un poco de gracia tanta mezcla, pero es
ingenuo pensar una cultura viva como algo estático, como si fuese una
esencia que se desnaturaliza cuando se mezcla con otra cosa. La cultura
nunca funciona así; es una trama de relaciones permanentemente
cambiantes que permite a sus integrantes inventar y tomar los elementos
que están a mano, combinarlos y reinterpretarlos de diferentes formas.
Los únicos que vemos una contradicción en esto somos nosotros, pero la
gente de la Quebrada de Humahuaca se siente cómoda y lo ve como algo
natural. Yo creo que una cultura jamás es algo idéntico a sí mismo en
dos momentos diferentes.

[@more@]

–¿Cuál es el origen de esta celebración?

–El origen de la procesión de Punta Corral se remonta a 1835, cuando
un pastor, Pablo Méndez –luego de que se le apareciera una virgen–
encontró en la montaña una piedrita que parecía una virgen. Al bajar a
Tilcara se la entregó al párroco, quien certificó que era una virgen y
se quedó con ella. Pero a los pocos días ésta desapareció para
reaparecer en su lugar de origen. Y fue el mismo pastor quien la habría
reencontrado, por lo que se interpretó que la virgen expresaba su deseo
de permanecer en los cerros. Para celebrar el milagro se construyó un
santuario de altura. En Tilcara existen documentos certificando la
existencia de la peregrinación ya en 1920.

–La procesión es liderada por la Iglesia como institución,
pero algunas personas ven algo más que una mera celebración católica en
Punta Corral, una muestra del sincretismo con la religiosidad aborigen.
¿Será realmente así o eso es ver las cosas como uno preferiría que
fuesen y sin embargo no lo son?

–Si uno indaga un poco detrás de las vírgenes que se veneran a lo
largo de los Andes, descubrirá que detrás de muchas de esas vírgenes hay
una piedra. Hay incluso lugares en Bolivia donde el culto es
directamente a la piedra, no a la imagen de una virgen; se trata de
grandes piedras vestidas con mantos a las que se les dibuja un rostro
para asemejarlas a una virgen. Es claramente una deidad aborigen
asimilada a una deidad católica, un proceso que seguramente comenzó en
un momento lejano en que, si una comunidad no reconvertía sus creencias
–o al menos su simbología– hubiera sido sometida a sanciones. De hecho
la piedra que dio origen a Punta Corral está ahora –supuestamente–
adentro de la imagen de la virgen que se lleva en una de las dos
procesiones, la de la vecina localidad de Tumbaya. Por eso muchos cultos
a la virgen son en verdad cultos a las piedras, que en las religiones
originarias tenían una importancia enorme. Esas piedras se conocían como
huacas y eran espíritus con poderes muy concretos en la vida de las
personas.

–Arriba, en el santuario de Punta Corral, asistí a una misa
algo extraña, con dos mil músicos tocando –o saliéndose de la vaina por
tocar–, mientras el cura les pedía que hicieran silencio. ¿Cómo
interpreta usted esta misa?

–Uno ve en esa misa arriba de la montaña una explosión festiva que
no es propia o característica de la Iglesia Católica. El formato del
rito católico es restrictivo, no da mucho lugar para expresar libremente
las emociones. Todo es más contenido, mientras que lo que se ve ahí
arriba es una celebración muy festiva. Y después de esa misa llegan las
cuarteadas, un baile que se realiza en otras ceremonias del calendario
católico, como los días de los santos patronos, pero que tiene que ver
con otro tipo de religiosidad. En la cuarteada, parejas de bailarines
ofrecen a la virgen mitades de corderos previamente sacrificados, que
descuartizan al culminar el baile, llevándose cada danzante un “cuarto”
de cordero. Algo así como un sacrificio de raíz andina que la Iglesia
Católica tolera.

–En la procesión están un poco a la vista elementos
sincréticos –o híbridos, como prefieren referirse ahora los antropólogos
al hablar de estos cruces– que son parte de dos cosmovisiones
religiosas: la aborigen y la católica. ¿Cuál predomina?

–Es difícil definir dentro de un fenómeno sincrético cuál de las dos
vertientes que lo componen –la católica y la aborigen en este caso– es
la predominante. Cuando las bandas son bendecidas en la iglesia de
Tilcara antes de partir al cerro, allí predominan los elementos formales
del catolicismo. Sin embargo, cuando están arriba en el santuario, la
peregrinación se convierte más bien en una fiesta que tiene poco que ver
con la liturgia católica y predomina más lo aborigen. En la tradición
judeocristiana, la liturgia tiende a ser algo rígido y solemne, a veces
hasta oscuro y culposo; en cambio lo que ocurre arriba del cerro es una
verdadera fiesta que implica pasarla bien, reírse, emborracharse,
bailar. Y la ritualidad de los pueblos originarios siempre estuvo ligada
a la celebración de la vida que brota de la tierra como las cosechas.
Aquellas celebraciones eran grandes banquetes donde se distribuían los
alimentos, las hojas de coca, la chicha y se honraba a las deidades. El
santuario de Punta Corral es entonces algo periférico dentro de lo que
es la disciplina católica; la gente está allá arriba dispuesta a liberar
emociones, además cuartean corderos, encienden fuegos frente al
santuario; en definitiva es un formato muy distinto al de la
institucionalidad católica. Es un espacio que está un poco fuera del
control de la institución, en especial a la noche cuando no hay misa.
Luego, cuando las bandas y peregrinos que retornan del santuario
ingresan al pueblo y en una escena muy curiosa les entregan la virgen a
unos hombres disfrazados de soldados romanos y el cura comienza a
predicar con un megáfono, queda muy claro que ése es el momento y el
espacio en que los sikuris le devuelven la virgen a la institución
católica y ésta retoma el control de algo que allá arriba estaba un poco
funcionando según otra lógica.

–¿El hecho de que la procesión se haga hacia las alturas no
tiene un componente aborigen? ¿No sigue una tradición milenaria anterior
incluso a los incas, que por cierto nunca fue parte de la liturgia
católica?

–El hecho de que la Iglesia de Punta Corral esté en un cerro es algo
ligado sin dudas a las culturas originarias, que construyeron muchos
santuarios en las alturas a lo largo de la Cordillera de los Andes antes
de la llegada de los españoles. Entre las deidades importantes en
épocas prehispánicas estuvieron los cerros. Y en la cosmovisión
originaria la naturaleza está animada, llena de presencias, espíritus
que animan las piedras, los ríos. Y las montañas ocupan un lugar muy
alto en esta jerarquía de deidades. Los incas –que llegaron hasta la
Quebrada de Humahuaca– no sólo reverenciaban los cerros sino que además
subían físicamente a ellos a realizar sacrificios. Como un intento de
controlar las idolatrías, la Iglesia comenzó con esa obsesión por ubicar
cruces en la cima de los cerros, para apropiarse de las alturas. Porque
estos lugares son sagrados en la cosmovisión aborigen.

–Un aspecto que me llamó la atención en la procesión fue una
variopinta simbología que incluía bandas que portaban una veintena de
banderas del Vaticano mientras que otras enarbolaban la Whipala, la
bandera de la nación india del Tawantinsuyu.

–Ahí se puede ver una muestra de visiones esencialistas de la
cultura; los emblemas expresan materialmente la idea de lo cristiano y
lo aborigen, son dos “cosas” que no se pueden mezclar, dos objetos que
no se pudieran fusionar físicamente. Pero la presencia de estos emblemas
oculta algo que es mucho más complejo. La Whipala hace 20 años –cuando
yo fui a vivir a Tilcara– jamás se veían ondeando; no existía en la
Quebrada de Humahuaca. Esa bandera fue un emblema que se adoptó de otros
movimientos indígenas de Bolivia, que en última instancia tiene que ver
con un movimiento del Perú y que tienen otro nivel de organización e
identificación. Este emblema ingresó en la Quebrada en los años ’90, al
igual que ciertas celebraciones como el Inti-Raymi que antes no se
celebraban. Es interesante ver cómo algo tan reciente se percibe como
algo de tiempo inmemorial. De algún modo es como que la bandera misma
crea la nación.

–¿Y qué pasa con las banderas del Vaticano que hay en la
procesión?

–Del mismo modo, diría que la bandera del Vaticano crea al católico,
porque si uno indaga lo que es el catolicismo para un campesino de la
Quebrada y lo que es para un católico de un barrio de Buenos Aires,
estoy seguro de que las respuestas serían absolutamente diferentes. Y de
algún modo la bandera tiende a homogeneizar todo esto y da la impresión
de que es parte de una sola cosa, que es el catolicismo. Pero el
catolicismo es muy diverso, como lo aborigen.

–¿Se atrevería a hipotetizar qué sería el catolicismo para
aquellos que llevan la bandera vaticana en la procesión y qué
significaría la Whipala para los otros?

–En mi experiencia, el catolicismo para un campesino del noroeste
argentino tiene que ver con la pertenencia a una institución que juega
un papel destacado en las culturas locales. Ser católico es ir a la
iglesia, participar de los ritos; tiene mucho que ver con la socialidad
de la comunidad en esas prácticas y bajo ese sistema de valores. Y de la
misma forma, yo creo que quienes llevan la Whipala se sienten más cerca
de la religiosidad indígena, es situarse en otro círculo social donde
encuentran reconocimiento y se sienten afines con otros individuos
dentro de la comunidad. Entonces, creo que mucho tiene que ver con esto
lo microsocial que sucede al interior de las comunidades antes que estar
referido a una religiosidad u otra, a un emblema u otro. Estos símbolos
y esta religiosidad tienen que ver con los espacios sociales e
identidades a las que las personas acceden mediante su práctica. No es
tanto una especulación filosófica abstracta sobre la existencia de un
dios único o la naturaleza de la tierra como deidad dadora y
sustentadora de la vida. Más tiene que ver con la práctica y la
cotidianidad, con el tipo de interacción que se da en la institución.

–En las discursividades sociales de la Quebrada de Humahuaca
se ve claramente un resurgimiento de lo aborigen como identidad que
años atrás era un poco más difuso.

–En Occidente cualquier cultura tiende a verse a sí misma como una
cosa antes que como una trama de relaciones. Y en el noroeste los
aborígenes han tomado muchas veces, de manera estratégica, esta idea de
que la cultura andina es algo en sí mismo. Pero si uno ve la historia
prehispánica, los procesos también son enormemente dinámicos. ¿Qué cosa
sería lo indígena originario? ¿Lo que sucedía dos siglos antes de que
los incas conquistaran las tierras del sur andino? ¿Lo que sucedía 3000
años atrás cuando eran cazadores recolectores y probablemente tenían una
religiosidad totalmente diferente? Todas estas posibilidades serían
legítimas, válidas, pero el pasado aborigen nunca fue estático. Y por
supuesto que hoy en día lo indígena es totalmente distinto a lo que
habrá sido en la época de la colonia, en la mita potosina, o en las
guerras de la independencia cuando se comenzó a reivindicar al indio por
una cuestión de estrategia política en un contexto de guerra. Entonces
lo indígena –como lo occidental o lo nacional– también es una
“invención”. Simplemente es una vertiente, un proceso que tiene raíces,
ciertas memorias compartidas, pero también cambia todo el tiempo.
Entiendo por qué se hace; por una reivindicación. Se busca esencializar
lo indígena como algo distinto que no se mezcla con otra cosa. Es algo
que ayuda a identificarse y a establecer sentidos de pertenencia en
comunidades que necesitan organizarse y necesitan este tipo de emblemas
como la Whipala. Aunque definir lo indígena como algo puro es como
preguntarse si existen la argentinidad, la cultura argentina o los
argentinos como si fueran en sí mismos algo que existe realmente. ¿Cuál
es la argentinidad pura? ¿La de 1810, la de 1855, la de 1880? En
realidad es un proceso que incluye una enorme diversidad y que cambia
constantemente.

–¿Qué papel juega hoy la Iglesia Católica en la Quebrada de
Humahuaca? ¿Es una herramienta de dominio?

–Todas las religiones, como todas las cosmologías, legitiman o están
asociadas a ciertas visiones jerárquicas del mundo. Y por lo tanto
favorecen o apuntalan estructuras de poder, relaciones de dominación.
Algunas son más desiguales, más severas, más perversas, otras más
igualitarias, más inclusivas, más sanas. En ese sentido creo que la
religión siempre está asociada a una estructura de poder. Pero en este
momento me parece que la Iglesia Católica es mucho menos un vehículo de
dominación en relación a lo que fue en la época de la colonia. Hoy en
día creo que hay otros elementos mucho más eficaces en lograr ese tipo
de dominación. Me refiero a la publicidad, a Internet, la TV, al fomento
del consumo por los medios masivos. Difunden una cosmología, ya que
ofrecen valores y una interpretación de la realidad, de cómo lograr el
éxito, de quiénes somos, de cómo lograr el respeto, la felicidad, es
decir que tiene muchos de los elementos que da una religión. Hoy en día
veo que los medios masivos tienen mucho más efectividad que la iglesia
en instalar estas visiones del mundo al servicio del poder. Es increíble
cómo los medios y los valores que difunden llegan hasta los parajes más
remotos de la Quebrada y Puna, donde ya hay televisión o cybers.

–Retomando el análisis histórico, el cura de la iglesia de
Tilcara me dijo en una entrevista que en el siglo XVI “la Iglesia entró a
América con la cruz y no con la espada”.

–Eran dos caras de la misma moneda. La cruz justificaba y facilitaba
lo que la espada ejecutaba. Saber si los curas directamente blandieron
espadas –algo que debe haber sucedido en más de una ocasión– no es
necesario para decir que la Iglesia fue instrumental a la violencia que
se ejerció sobre los pueblos indígenas. Además, a partir de fines del
siglo XVI y principios del XVII se orquestó la campaña de “extirpación
de idolatrías”, donde se dieron órdenes muy precisas; se mandaron curas
extirpadores a documentar todas las prácticas aborígenes y a destruir
violentamente todo lo que tuviera que ver con los objetos de culto e
incluso ejecutar a quienes instigaban a esas prácticas. O sea que la
Iglesia ejerció violencia física y no solo ideológica. Es algo que está
ampliamente documentado.

–En aquella entrevista el cura también afirmó que “la
Iglesia vino a purificar las religiones autóctonas”.

–Ah, bueno… así como creo que las culturas puras no existen, no
creo que la religión –como parte de una cultura– pueda ser algo estático
que se puede presentar de forma pura. Ese es un concepto viciado desde
su origen. La religión es una práctica dinámica y en ese sentido la
Iglesia Católica no purificó la religión indígena, porque no hay nada
más allá de las impurezas. La Iglesia transformó las religiones locales
pero no pudo eliminarlas por completo. Y la religión católica también se
transformó a sí misma en este proceso. Yo creo que hay una religiosidad
popular en los Andes que no tiene nada que ver con la religión católica
que uno encuentra en Roma. Los andinos hicieron del catolicismo algo
nuevo.

–A algunos participantes de la celebración les pregunté si
la Pachamama era un Dios y todos me dijeron que no, que era una
costumbre. Y tengo entendido que en quechua no existe la palabra Dios.

–Claro, la tierra es la tierra. Yo siembro una semilla y sale una
planta, o sea que de allí viene la vida. El de Dios es un concepto
totalmente occidental. Dios es la tierra. Por eso en la cosmovisión
aborigen esa idea no tiene ningún sentido, ya que allí hay una cantidad
de entidades animadas de las cuales depende su vida. Preguntar si hay un
dios en las religiones aborígenes es como preguntarse: ¿Los incas eran
fascistas? ¿Eran comunistas? Esas son categorías occidentales que no
tienen nada que ver con otras sociedades. Uno podría encontrar elementos
de autoritarismo y elementos colectivistas en los incas, una especie de
comunismo extremo. Y en realidad es otra cosa totalmente diferente. Yo
creo que el mayor obstáculo que debemos saltear para el entendimiento
intercultural es el juzgar con nuestras propias categorías a los demás;
entender que otra gente puede organizar el mundo de manera totalmente
diferente.

–Creo que entendí: los incas eran stalinistas.

–Sí, por supuesto.

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